Francisco Ynduráin: Benavente (Zamora). 32 pp. 18x12. Benavente 1957 (Reed. 2006).
PRESENTACIÓN
El Centro de Estudios Benaventanos “Ledo del Pozo” quiere felicitar a sus socios el nuevo año 2006 con la reproducción de un breve y entrañable folleto, ya casi cincuentenario (1957) y hoy una auténtica rareza bibliográfica.
Este Benavente (Zamora), de Francisco Ynduráin (1910-1994) no es apenas sino un modesto cuadernillo de 8 páginas, amable semblanza de nuestra villa que tanto frecuentó el ilustre maestro navarro. Ejemplar gratuito de la Junta Provincial de Información, Turismo y Educación Popular de Zamora, formaba parte de una serie de brevísimos opúsculos de promoción turística de la provincia.
Para los benaventanos de cierta edad tiene este folleto un resabor saudoso de lo visto y vivido, que el tiempo ha pulverizado: iglesias, conventos, nombres, restaurantes y alojamientos, calles, el silbo del tren y las fi estas trastocadas, menos mal que aún resiste el “bacalao a lo tío” (o a “la Marcela”, de tan memorable casa de comidas sita frente al Cafe del Conde en la calle Carnicerías).
Se acompaña el “facsímil” de un texto del que suscribe que reproduce el publicado en 1995 en la revista Brigecio 4-5 en homenaje al profesor D. Francisco Ynduráin.
Nada más nos resta que agradecer a la familia Ynduráin Muñoz su gentileza en permitirnos la edición de esta obrita que hoy nos congratula compartir con todos ustedes.
FERNANDO REGUERAS GRANDE
Francisco Ynduráin (1910-1994)
Earth, receive an honoured guest
AUDEN
El 25 de octubre de 1994 moría en Pozuelo de Alarcón (Madrid) Francisco Ynduráin. Pocos le conocían en Benavente a pesar de sus puntuales visitas veraniegas a lo largo de más de cincuenta años: un puñado de amigos en La Mota, paseantes de nostalgias en esa acrópolis sentimental de los benaventanos, “aguda proa donde se alza la Torre del Caracol ...” y desde la que se divisa “uno de los
más hermosos paisajes de la meseta: praderas frescas, densos plantíos de álamos y chopos, tablas de huerta con profusión de frutales se suceden alternando hasta Tierra de Campos por naciente, las llanadas de Barcial hacia mediodía y un primer plano de colinas cubiertas de encinares contra un remoto trasfondo de sierra y picos azuleando en la lejanía, por norte y poniente”. (F. Ynduráin, Benavente (Zamora), Zamora 1957).
Pocos, sí, conocían la vividura del filólogo y crítico literario: tan contento entre las serranas del arcipreste como fino escudriñador de la asfixia de Bernarda Alba, tan cómodo con Faulkner como con las andanzas de Pedro Saputo, con la “prospectiva de la novela contemporánea” o la pulsión aleixandrina (desde Velintonia). Y es que Ynduráin supo “evitar siempre el escollo de la especialización deshumanizadora” (palabras de D. Felipe de Borbón en el discurso de entrega del premio Príncipe de Viana, 10-VII-1994), o por recordar una cita de la que gustaba y que resume su talante humanista y cabal: “Una cosa bella es una alegría para siempre” (Keats).
Pocos sabían del profesor de palabra justa, del discípulo y contertulio de Unamuno la tarde antes de que “aquel hombre viejo” (Egido) falleciese al dulce y trágico amor de la jo” camilla, del maestro de maestros (F. Lázaro Carreter, Manuel Alvar, Tomás Buesa y un larguísimo etcétera), del preceptor del rey Juan Carlos, del rector ágil de la UIMP, siempre atento al pulso de lo nuevo:
“Mientras los otros catedráticos, académicos, profesores, sabios, andaban cada uno con su clásico, con su Gracián, con su Tirso, con su Cervantes, llevando al clásico a todas partes, como un maniquí de sastrería, para sentárselo al lado en las conferencias y los cursos, Paco Ynduráin era el único que se ocupaba de los jóvenes, de lo nuevo y de los nuevos. Los profesores siempre le han tenido miedo a la actualidad literaria, a lo que está naciendo ahora mismo, porque eso obliga a repensar y porque no lo entienden...Paco Ynduráin no, y así le ha ido” (F. Umbral, “Paco Ynduráin”, El Mundo, 12-VII-1994).
Maestro de varios académicos, entre ellos su actual Director, a Ynduráin le cupo quizás la suerte de no acabar convertido en un “sillón vacío”. Apátrida de la Academia, que no de la lengua, engrosa, sin embargo, la nómina indeleble de los Unamuno, Valle-Inclán o Alberti sin haber menester de la huera “inmortalidad” de un discurso de investidura.
Porque Ynduráin estuvo siempre donde estaba “... en el mismo sitio y no necesita lo que tanta gente busca. El maestro ni se jubila ni lo retiran. Es acaso la suprema dignidad que le da el serlo. Cuando tanta gente cree que ser importante es que hablen de ellos, que les ofrenden la vacuidad de un elogio o que les digan adiós con tópicos tan viejos como la vanidad humana, Ynduráin -que está siempre en su sitio- no necesita otra cosa que la fififi delidad de los afectos” (M. Alvar, “Mi Don Francisco Ynduráin”, Estudios sobre el Siglo de Oro. Homenaje al profesor Francisco Ynduráin, Madrid 1984.)
Ajeno a pompas y alborotos, silencioso, sabio malgré lui, trabajador infatigable, así vivió y así murió “discreta y elegantemente, sin marear ni dar tres cuartos al pregonero, sin molestar a nadie, como pidiendo perdón por tener que despedirse y no poder evitarlo. Paco Ynduráin fue siempre el arquetipo del hombre de buenos modales, del caballero de educación esmerada y cortés” ( C. J. Cela, ABC 11-XI-1994 ).
Casado con una benaventana, Dora Muñoz, razones familiares le vincularon por más de medio siglo con Benavente y por oficio o devoción no fue extraño a un pueblo y una tierra cuyo legado histórico vio poco a poco desmoronarse.
En 1957, el Ayuntamiento le encarga “por su extensa cultura cuanto por su bien probado amor a Benavente” la redacción de un folleto turístico de la ciudad. En carta de 9 de Febrero del mismo año al entonces alcalde Manuel Rojo, acepta la confianza en él depositada pues “sabéis...el amor que profeso a Benavente... Aunque no soy un especialista en cuestiones histórico-artísticas, creo que conozco o podré conocer cuanto a Benavente se refififi ere”. En dicho folleto, muy breve pero curiosamente no publicado en su integridad manuscrita, Ynduráin se preocupó -sin olvidar La Mota- del patrimonio monumental de nuestras iglesias, castillo y hospitales, islotes hoy definitivamente deshauciados dentro de esa marejada urbana peor que la especulación, la insensibilidad.
En 1975, labor de muchas pláticas y un oído siempre avizor, fijó frases y dichos del habla local benaventana, conciencia de peculiaridades lingüísticas en la actualidad prácticamente extinguidas: “Notas sobre el habla de Benavente (Zamora)”, Revista de Dialectología y tradiciones populares. Homenaje a V. García de Diego, nº , 1975, pp. 567-577.
Todavía a fines del año pasado se lamentaba desde las páginas de ABC (7 y 18-XI-1993), con “pesadumbre y pesar” por la situación en que se encontraba la Torre del Caracol del viejo alcázar de los Pimenteles, socavados sus cimientos por lluvias amenazantes.
Sin conocerlo personalmente, aunque le seguía en sus habituales entregas a Saber Leer (revista de crítica de libros de la Fundación Juan March) y en el cariño y elogios de mi padre Fernando Regueras Galende, José Eulogio González y Julián Cachón, compadres peripatéticos de largas tardes de estío, fueron aquellos últimos artículos y la publicación de Brigecio 3, los que me impulsaron a visitarlo.
Era sábado sin fútbol, un día bronco de marzo, en su madrileña casa orilla de La Castellana. Desde el reciente fallecimiento de su mujer -“viudo de amor, viudo de tantas cosas, solitario de todo, lector y amigo” (F. Umbral, El Mundo,12-VII-1994)- vivía con su cuñada Pilar Muñoz y con ambos compartí una cordialísima sobremesa en la que hablamos largo -y con resignación- de Benavente. “El viejo Ynduráin, mi querido Paco”, como lo recordaba Umbral días después de su muerte (El Mundo, 30-X-1994), estaba ya asediado por el mal que lo perdía, un golpe bajo que había achicado su “sombra esbelta y sabia”, su envergadura de pelotari navarro, de vascón de Aoiz, sólo tamaña de su extrema gentileza.
Con la más ingenua de las inoportunidades le sugerí nuestro entusiasmo por su colaboración en este número de Brigecio. Era ya demasiado tarde. En los meses siguientes los síntomas se tornaron irreversibles: faltó a su cita estival y recibió el premio Príncipe de Viana del Gobierno de Navarra. El otoño se lo llevó, como a Rilke.
Rigores de la vida e ironías de la muerte, habíamos quedado en vernos y por carta a mi padre sé que leyó la revista y tenía intención de escribirme. Dolido y dolorido como estaba cuando lo visité, no dudó un momento, sin embargo, en bajar conmigo tres pisos y acompañarme hasta la puerta de la calle, gesto entrañable y cortés donde los haya que su sabida muerte agiganta.
Por eso estas palabras de homenaje y recuerdo, que he querido en boca de otros -más exactas que las mías- no son, ni podrían ser frágil semblanza biográfica y menos obituario o el pronto y triste centón bibliográfico con el que cierto venecianismo académico amortaja y sepulta a sus muertos; son sólo y quieren ser palabras de agradecimiento y reencuentro, en nombre de todos los que con él compartieron su elegancia discreta, su saber sin proponérselo, su costumbre benaventana, ahora que sus cenizas forman parte ya de nuestra tierra.
FERNANDO REGUERAS GRANDE
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