Rafael González Rodríguez: El Retablo de Castrogonzalo. 115 pp. 24X17. Rústica. 2000. ISBN: 84-931127-2-0.
ÍNDICE
Prólogo
Presentación
I. BREVE HISTORIA DE UN TRASLADO
II. LA IGLESIA DE SANTO TOMÁS DE CASTROGONZALO
III. CARACTERÍSTICAS FORMALES Y PROGRAMA ICONOGRÁFICO
IV. ASPECTOS ESTILÍSTICOS Y COMPOSITIVOS
V. EL PROBLEMA DE LA AUTORÍA
VI. CATÁLOGO
APÉNDICE DOCUMENTAL
BIBLIOGRAFÍA
PRESENTACIÓN
Presentación
I. BREVE HISTORIA DE UN TRASLADO
II. LA IGLESIA DE SANTO TOMÁS DE CASTROGONZALO
III. CARACTERÍSTICAS FORMALES Y PROGRAMA ICONOGRÁFICO
IV. ASPECTOS ESTILÍSTICOS Y COMPOSITIVOS
V. EL PROBLEMA DE LA AUTORÍA
VI. CATÁLOGO
APÉNDICE DOCUMENTAL
BIBLIOGRAFÍA
PRESENTACIÓN
La idea de este libro responde a un cúmulo de circunstancias y coincidencias que arrancan a principios de los años noventa, momento en el que debido a mi vinculación familiar con la localidad zamorana de Castrogonzalo, tuve la oportunidad de visitar en repetidas ocasiones la iglesia de San Miguel y admirar su imponente retablo del siglo XVI. En aquella época las tablas estaban recién restauradas y se mostraban en todo su esplendor, resaltando todos los detalles que el tiempo y la suciedad habían robado al observador durante muchos años. Pude así establecer una primera aproximación a su programa iconográfico y conocer de primera mano algunos detalles sobre la historia más reciente del retablo. Por aquel entonces, el otro templo del pueblo, Santo Tomás, patria natural del retablo, estaba ya desahuciado por las instituciones y bajo la amenaza inminente de derribo debido a su estado lamentable de ruina y abandono.
Paralelamente, unas indagaciones efectuadas en el Archivo Histórico Provincial de Salamanca, guiadas por las referencias del profesor Casaseca, del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Salamanca, me permitieron entrar en contacto con un puñado de documentos de este archivo, concretamente protocolos notariales, que aportaban datos sumamente interesantes sobre algunos de los autores y las circunstancias en las que se realizó la obra, datos que además eran prácticamente inéditos. De esta forma, casi sin pretenderlo y condicionado por los acontecimientos, me sentí moralmente obligado a dar a conocer esta documentación y de paso establecer una aproximación al estudio del retablo. Publiqué así en el año 1995 un trabajo en la revista Brigecio, del Centro de Estudios Benaventanos “Ledo del Pozo”, bajo el título “El retablo de Castrogonzalo”. En este artículo, entre otros aspectos, se proponía un primer estado de la cuestión sobre el problema de la autoría, se hacía un breve comentario sobre cada una de las tablas y se publicaban íntegramente los documentos mencionados del archivo salmantino. Mis expectativas iniciales habían quedado plenamente satisfechas con esta pequeña aportación.
Sin embargo, dos años más tarde nuevamente las circunstancias me volvieron a reencontrar de forma imprevista con el retablo. En este caso, el detonante fue el hallazgo casual en una de las casas de la localidad de la tabla que coronaba el retablo, desaparecida durante años. Aunque quizá el término más adecuado para referirse a su ausencia sea “olvido”, pues nunca existió un deseo consciente de apropiación o de ocultamiento a la parroquia. Parecía oportuno retomar ahora el tema para no dejar el anterior trabajo parcialmente mutilado, y por ello publiqué en 1997, también en la revista Brigecio, una breve reseña titulada “Localización de una tabla desaparecida del retablo de Castrogonzalo”. La pintura en cuestión, obra posterior y de escasa entidad, no alcanzaba ni de lejos la calidad y el virtuosismo de sus compañeras, pero su estudio ayudaba a comprender algunos aspectos interesantes sobre la trayectoria seguida por el retablo a partir del siglo XVI. Creía entonces haber culminado definitivamente el trabajo iniciado en 1995, y daba por concluidas mis investigaciones sobre esta cuestión.
Pero en 1999 llegó a la alcaldía de la localidad Sebastián Fraile Arévalo, un hombre emprendedor y con inquietudes culturales, que desde un principio se interesó por mis publicaciones y me transmitió el deseo del consistorio de dar a estos trabajos la forma de un libro. En un principio la idea era simplemente rescatar los textos de ambos artículos y acompañarlos del oportuno aparato fotográfico. Pero tan pronto como me centré en esta tarea comprendí que quedaban demasiados flecos pendientes y problemas sin resolver, y que la ocasión bien merecía una nueva redacción, convenientemente ampliada y corregida, profundizando en aquellos aspectos solamente esbozados en los trabajos anteriores. Por otra parte, con toda oportunidad, mi amigo José Navarro Talegón tuvo la amabilidad de remitirme nueva documentación, procedente esta vez del Archivo Histórico Provincial de Zamora, que abría nuevas líneas de investigación sobre otros pintores relacionados con el retablo. El problema de la autoría se complicaba notablemente y requería afrontarlo con nuevas perspectivas en un esfuerzo adicional, pero el reto debía ser asumido sin más contemplaciones.
Así pues, el libro que el lector tiene en sus manos es el fruto de todos estos condicionantes y la labor de varios años de investigación. Su publicación creo que puede resultar útil para profundizar en el conocimiento de los diferentes focos pictóricos del Renacimiento castellano y leonés, y en particular de la fecunda actividad artística desarrollada en el territorio de la actual provincia de Zamora, así como sus posibles relaciones con otros centros comarcales o regionales. Es de esperar que la identificación que se hace de los autores del retablo y su centro de procedencia, la Escuela de Toro, pueda servir a otros investigadores para encajar nuevas piezas al complejo puzzle de las atribuciones y la paternidad de los retablos coetáneos.
No quisiera terminar esta líneas, necesariamente breves, sin mostrar mi agradecimiento sincero a cuantas personas e instituciones han contribuido de una forma u otra en llevar a buen puerto este libro. En particular al párroco de Castrogonzalo Agustín Febrero Rodríguez, a los ya mencionados José Navarro Talegón y Antonio Casaseca, a José Ignacio Martín Benito, a Fernando Regueras Grande y, desde luego, al Ayuntamiento de Castrogonzalo, al Centro de Estudios Benaventanos “Ledo del Pozo” y a Caja España por patrocinar y financiar este proyecto. También quiero tener un recuerdo entrañable para los vecinos de Castrogonzalo por su desinteresada colaboración, y más en concreto para Venancio Alonso, Moisés Ferreras, Víctor Iturbe, Manuel Vázquez, Nicolás García y al benaventano Javier Cordero. No puedo tampoco obviar el excelente trabajo fotográfico realizado por Juan José González Vega, sin cuya aportación esta obra no sería la misma.
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