Manuel Fernández del Hoyo: Antes y después de la guerra. Cien años de ganaderos de lidia (Entre el Órbigo y el Esla, 1750-1850). 232 pp. 24x17. Rústica. 2009. ISBN: 978-84-936651-3-5.
ÍNDICE
Agradecimientos
Presentación
Prólogo
I. Introducción sentimental. Sobre fuentes, deseos y objetivos.
II. El inicio de una estirpe de criadores: Don Juan Díaz de Castro.
III. Sotanas y toros: Don Agustín Díaz de Castro.
IV. Los desastres de la guerra: El Marqués de Castrojanillos.
V. A la espera del senador: La cría de don Francisco Roperuelos.
VI. Exhumación de un ganadero benaventano: Don Juan Núñez Ramos (más desastres de la guerra).
VII. Unas notas sobre los toros de Veragua y Osuna.
VIII. En el arrastre.
Genealogía.
Mapas de situación de pastizales y dehesas.
Archivos y bibliotecas consultados.
Publicaciones periódicas.
Bibliografía.
Índice de ilustraciones.
Índice onomástico.
INTRODUCCIÓN
INTRODUCCIÓN
Si cuando se acaba de sobrepasar la treintena puede hablarse de aspiraciones antiguas, para mí lo era elaborar –con la mayor pericia posible- algo parecido a una historia de las ganaderías y de los ganaderos de lidia en el ámbito espacial de las “tierras de Benavente”, anhelo que comienza a cumplirse ahora –al publicar esta monografía- pero que no se verá satisfecho hasta que
el estudio complete el intervalo que va desde el tiempo de los Reyes Católicos
hasta nuestros días.
Encontré, en mi empeño, el insuperable acicate de las larguísimas horas gastadas con mis abuelos, de quienes recibí el mejor conocimiento que de su entorno que imaginar puede un niño. Con mi abuelo Eliseo Fernández pateé muchas veces los caminos que lamen el Esla desde Valderas hasta San Cristóbal de Entreviñas, veredas a las que se asoman los caseríos de Belvís, Valdelapuerca y Rubiales, dehesas que, de su boca, imaginé siempre, de una forma intemporal y desordenada, atestadas de ganado y gobernadas, cada una de ellas, como una minúscula “polis”. Los contornos más próximos a Benavente, eran terreno de mi otro abuelo, Inocencio del Hoyo, buen aficionado a los toros y empleado, allá por mediados de los cincuenta del siglo XX, de un soñador de la cría brava llamado don Casimiro Sánchez y Sánchez. Por eso recuerdo tantas mañanas y tardes en los dominios que habían sido del Marqués de los Salados, y que, usualmente, conducían a los escombros de Brive, donde mi abuelo se esforzaba por “reconstruirme” –imaginariamente- el establo en que ordeñaba las vacas “suizas”, el horno en que se cocía el pan y los lugares de pasto, apartado y tienta de los toros. Tampoco era extraño parar en Cenvicos, y con tanta o más frecuencia en el Tamaral, la Montaña o el Prado de Enmedio, y eso, en cierta manera, debe tener algo de sacramental, quiere decirse, que
imprime carácter.
Sin ocasión para la tregua, inicié, en mis tiempos de estudiante de Salamanca, una excelente amistad –que todavía me honro en conservar- con don José Eulogio González Pérez, quien además de un sabio -en la exacta y completa dimensión del calificativo- ha sido un gran amante de la fi esta, abonado del 7 en Las Ventas y, sobre todo, un lector empedernido dotado de una memoria prodigiosa. Con él era imposible hablar de toros, sin ir más lejos porque él sabía muchísimo y todo más que podía hacerse era escuchar con atención y, si había lugar, tomar nota; pero esas conversaciones que -muy de vez en cuando- rondaban asuntos de toros y toreros, no fue extraño, sin embargo, que derivasen hacia el “pasodobleo”, en el que a menudo afloraba una pieza de mucha significación para nuestra amistad, “Camino de Rosas”, del maestro José Franco Ribate, parlamentos en los que, no pocas veces, pude comprobar cómo se sabía “de pe a pa” la letra del correspondiente a “Domingo Ortega”. También le he oído decir -muchísimas veces- que el que más ha sabido de toros en España ha sido Ortega y, por lo menos otras tantas, dar detalles precisos sobre su antepasado político, don Fernando Gutiérrez, quien, como se verá, contrajo matrimonio –hacia el primer tercio del siglo XIX- con doña María Josefa Arias-Gago Roperuelos, hermana de su bisabuela doña Isidora Arias-Gago; de aquí, el salto a las reses del marqués de Castrojanillos eran sólo dos giros de conversación, así que se me fue abriendo un apetito enorme por conocer más sobre aquellos lejanos encastes que pude mitigar, prima facie, con algunos ejemplares de su biblioteca.
Tuvieron estas lecturas, sin embargo, un efecto contrario al pretendido, pues lejos de apaciguarme, el carácter exiguo y –generalmente inconexo- de las referencias que iba encontrando, sobre los ganaderos decimonónicos de la zona, me intimaron a trascender de la aproximación bibliográfica y a abrir una vía hacia las fuentes documentales que, conservándose, nos permitiesen ir desempolvando y tejiendo noticias sobre aquellas camadas desaparecidas.
Siendo, como somos, conscientes de que este es sólo un primer peldaño que ha de ser, necesariamente, completado hacia arriba y hacia abajo, hemos tratado de imprimir en él un espíritu más sistemático que el que, de modo habitual, ha jalonado a los estudios taurinos en nuestro país. Como –con gran acierto- ha señalado el profesor López Martínez, el notorio volumen de bibliografía
que existe- en los más diversos aspectos de la fi esta y más concretamente sobre el toro- no se ha visto refrendado por unos trabajos dotados de la necesaria elaboración histórica, si no que, en muchos casos, éstos no han alcanzado otro valor –sin restarles de éste un ápice- que el de exhumar datos en una proporción mayor o menor.
Por ello, esta aportación nuestra no pretende ser una historia de ganaderías al uso, en la que lo sustancial sea una elucubración, más o menos exitosa, acerca de fenotipos que nadie con vida ha visto, o, si se quiere, una nueva traslación indiscutida de las páginas que han rubricado los grandes tótems del estudio histórico taurino, nada más lejos de nuestra intención. El trabajo que, en adelante, presentamos tiene, desde sus inicios, una vocación revisionista de todo cuando sobre las ganaderías que nos competen se ha dicho. Así es que, en buena medida, las páginas que siguen son fruto de una voluntad de trabajar sobre fuentes documentales directas que puedan corroborar o desmentir ,noticias que, en muchos casos, han pasado de autor en autor, de libro en libro, sin más control de certeza que el principio de autoridad. Reconocemos que, en esto, posiblemente, sólo le hayamos ganado unos centímetros de profundidad a la cata. Nos explicamos. Si en la literatura que hemos manejado hasta
el momento –en lo que se refiere, claro está, al ámbito de nuestro interés- el desbroce había levantado una capa muy superficial de información, nosotros ,hemos tratado de profundizar de un modo considerable, aún sabiendo que la cuestión –objeto de estudio histórico- queda lejos de agotarse.
MANUEL FERNÁNDEZ DEL HOYO
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